martes, 30 de diciembre de 2008

«Hola, què tal, som els vostres amics de sa Terra, un planeta de pols i de merda, d'un inhòspit sistema solar» Antònia Font


Mucho ha llovido desde que el guante del astronauta Edward White se perdiera en el espacio durante el primer paseo espacial realizado por Estados Unidos en 1965. Según Walter Flury, el principal experto de la Agencia Espacial Europea (ESA) en basura espacial (sí, hay un departamento dedicado a ello), a finales del 2003 había unos 10.000 objetos catalogados como tal orbitando alrededor de la Tierra. De éstos, un 7% proceden de naves espaciales en funcionamiento y un 22%, de naves antiguas. Otro 17% está constituido por objetos procedentes de cohetes lanzadera, un 13% fue enviado accidentalmente al espacio durante la misión espacial y un 41% está catalogado como “miscelánea de fragmentos”. Sin embargo, se calcula que deben haber muchísimos más. Que superen el centímetro de longitud, al menos unos 50.000. Nadie lo sabe con exactitud.
Los objetos que miden entre 1 y 10 centímetros son realmente peligrosos. Son indetectables a día de hoy y los escudos protectores de las andróminas espaciales pueden soportar impactos de objetos que como máximo midan 1 cm. Algunos de esos objetos alcanzan velocidades alucinantes: viajan a 50.000 km/h, diecisiete veces más rápidos que una bala. O sea que si colisionan con un satélite (hay unos 600 en activo) o una nave espacial, que a lo peor es tripulada, puede causar graves desperfectos e incluso acabar con la vida de los astronautas. Mientras científicos de todo el mundo tratan de completar el catálogo de escombros espaciales, otros investigan la forma de minimizar los residuos que se generan en una nave mediante el diseño de un triturador espacial que se está llevando a cabo para la NASA. La directora del proyecto, Jean Hunter, profesora de agricultura e ingeniería biológica de la Universidad de Cornell de Nueva York, responde taxativamente a aquellos que piensan que la solución más fácil es lanzar los escombros al espacio. Si los astronautas ponen su basura fuera de la esclusa de aire, ésta orbitará paralelamente a la nave. Y si la eyectan fuera, lo más seguro es que después vuelvan a encontrarse con ella. O, aún peor, la basura terminará contaminando otro planeta, ha opinado Hunter en un artículo para la BBC. Visto lo visto, cabe dudar aún más de la presencia de vida muy-muy inteligente en algún lugar más o menos cercano a la Tierra. Ya habríamos recibido algún telegrama de la Unión Intergaláctica por un Universo Limpio. A lo mejor lo enviaron, pero alguno de esos fragmentos orbitando ad eternum lo desintegró.
Más info: 

jueves, 11 de diciembre de 2008

DARWIN 2009 en Londres

El año que viene, 2009, es el gran año Darwin. Se cumplirán 200 años de su nacimiento y 150 de la publicación de su teoría de la evolución, una súper "Big Idea" que a mi entender ayudó a abrir un poco más la puerta para que la luz de la ciencia disipara las tenebrosas tinieblas de lo sobre-natural. Darwin Big Idea es la exposición más grande jamás hecha sobre el célebre naturalista. Puede verse en el Natural History Museum de Londres hasta el próximo 19 de abril. Aunque intentaré compilar en este espacio todas las acti- vidades que tendrán lugar el próximo año en su honor, de momento dejo aquí esta preciosa imagen de lo que promete ser una gran muestra. ¿Vamos a verla?

Conexiones neuronales

Pongamos que dos amigos se encuentran tras veinte años de haber perdido el contacto. En su día, trabaron cierta amistad, pasaron buenos momentos juntos y alguno malo, lo que a veces une incluso más. Sin embargo, así es la vida, los caminos tomaron derroteros distintos y cada uno formó parte de una existencia independiente, sin puntos de contacto. ¿Son, tras veinte años sin verse, es decir, tras veinte años sin sitios comunes, reconocibles el uno para el otro?
Según contó Sydney Brenner, premio Nobel de medicina en 2002, en una entrevista en “La Contra” de La Vanguardia, estamos formados por 100 millones de millones de células, es decir de un billón de ellas. Cada día, explicó, se mueren unos 100.000 millones, que se renuevan con otros tantos. Es decir que cada día, una de cada mil células que componen nuestro ser es nueva. Luego, eso significa que, al cabo de mil días... ¡todas nuestras células son distintas! Hasta no hace mucho, se creía que eso pasaba con todas las células del cuerpo menos con las del cerebro. Incluso Brenner lo creía, en esta entrevista de 2005. Todo apuntaba a que las neuronas no seguían ese patrón renovador en el ser humano. Pero en 2006, el científico español José Manuel Garcia Verdugo comprobó la existencia de células madre en el cerebro y el año pasado un equipo de investigadores neozelandeses y suecos probaron que, efectivamente, las neuronas también se regeneran.
Nuestros dos amigos, pues, son tras veinte años sin contacto dos personas son “celularmente” diferentes que llevan a cuestas dos decenios de experiencias no compartidas.
Sin embargo, puede pasar que durante este encuentro se activen misteriosamente antiguas conexiones olvidadas. Entonces, de repente, veinte años no son nada, y fruto de lo que se denomina un estrés positivo, más neuronas recién estrenadas se ponen a funcionar. Aunque quizás esas sensaciones extrañas sean sólo fruto de la imaginación y de la memoria que, supongo, también estarán hechas de células en constante proceso de renovación.