Mucho ha llovido desde que el guante del astronauta Edward White se perdiera en el espacio durante el primer paseo espacial realizado por Estados Unidos en 1965. Según Walter Flury, el principal experto de la Agencia Espacial Europea (ESA) en basura espacial (sí, hay un departamento dedicado a ello), a finales del 2003 había unos 10.000 objetos catalogados como tal orbitando alrededor de la Tierra. De éstos, un 7% proceden de naves espaciales en funcionamiento y un 22%, de naves antiguas. Otro 17% está constituido por objetos procedentes de cohetes lanzadera, un 13% fue enviado accidentalmente al espacio durante la misión espacial y un 41% está catalogado como “miscelánea de fragmentos”. Sin embargo, se calcula que deben haber muchísimos más. Que superen el centímetro de longitud, al menos unos 50.000. Nadie lo sabe con exactitud.
Los objetos que miden entre 1 y 10 centímetros son realmente peligrosos. Son indetectables a día de hoy y los escudos protectores de las andróminas espaciales pueden soportar impactos de objetos que como máximo midan 1 cm. Algunos de esos objetos alcanzan velocidades alucinantes: viajan a 50.000 km/h, diecisiete veces más rápidos que una bala. O sea que si colisionan con un satélite (hay unos 600 en activo) o una nave espacial, que a lo peor es tripulada, puede causar graves desperfectos e incluso acabar con la vida de los astronautas. Mientras científicos de todo el mundo tratan de completar el catálogo de escombros espaciales, otros investigan la forma de minimizar los residuos que se generan en una nave mediante el diseño de un triturador espacial que se está llevando a cabo para la NASA. La directora del proyecto, Jean Hunter, profesora de agricultura e ingeniería biológica de la Universidad de Cornell de Nueva York, responde taxativamente a aquellos que piensan que la solución más fácil es lanzar los escombros al espacio. Si los astronautas ponen su basura fuera de la esclusa de aire, ésta orbitará paralelamente a la nave. Y si la eyectan fuera, lo más seguro es que después vuelvan a encontrarse con ella. O, aún peor, la basura terminará contaminando otro planeta, ha opinado Hunter en un artículo para la BBC. Visto lo visto, cabe dudar aún más de la presencia de vida muy-muy inteligente en algún lugar más o menos cercano a la Tierra. Ya habríamos recibido algún telegrama de la Unión Intergaláctica por un Universo Limpio. A lo mejor lo enviaron, pero alguno de esos fragmentos orbitando ad eternum lo desintegró.