He estado un par de días en Benidorm, donde he participado en un ciclo de conferencias. No había estado en esta ciudad (ni en ninguna parecida) desde que era pequeña. Es decir, hace por lo menos 30 años. Algo impresionada por lo que me iba a encontrar, pensé, mientras el avión me llevaba a Alicante, en una conversación que tuve hace tiempo con José Santamarta, director de WorldWatch en España, acerca del turismo sostenible. Él, vehemente como es, me expuso una idea interesante acerca de la supuesta sostenibilidad esgrimida por el turismo disperso, ése que busca destinos apartados, en casas rurales y demás, las cuales a menudo no tienen, por ejemplo, ni conexión al alcantarillado. Salió a relucir el extremo opuesto: Benidorm, Salou y demás. Según su opinión, este tipo de destinos “verticales”, en la que la gente se acumula en una área geográfica pequeña en edificios súper altos, suelen ser mucho más ecológicos. O por decirlo de otra manera, menos dañinos con el medio ambiente. Sus gestores pueden, además, al generar muchos ingresos, revertir parte de ellos en recuperar las aguas pluviales para el riego o en canalizar el agua de mar para abastecer los grifos lavapiés en las extensas playas, entre otras medidas de ahorro de recursos.
En eso pensaba cuando, ya en coche, avisté esos edificios que, a modo de colmenas gigantes, configuran un paisaje cuanto menos sorprendente. A pesar de estar a finales de octubre, el personal andaba en manga corta y yo, achicharrada. Por la noche, paseando al lado del mar, aluciné observando el montón de bares musicales, tiendas y restaurantes de todo tipo que, con bastante afluencia de público, permanecieron abiertos hasta las tantas de la noche, un martes a cuatro patadas del invierno. Los turistas son sobre todo jubilados, tanto nacionales como extranjeros, en especial del norte de Europa. Por la mañana, comprobé que la playa estaba repleta y el agua, de lo más transparente. Benidorm es como vivir eternamente en una ciudad de vacaciones que mantiene una temperatura media muy templada. Una ciudad de servicios y de múltiples ofertas de ocio que es como un imán para un público numerosísimo y cuyos habitantes nativos, al menos los que yo conocí, están encantados de vivir en ella. Sí, la teoría ya la sabía, pero ahora lo he comprendido. En verano, fijo que debe ser una película de terror y, aunque a mi me pareció estar en la twilight zone, la verdad es que flipé en este mundo aparte.
sábado, 25 de octubre de 2008
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2 comentarios:
Y no te parece Barcelona otro mundo aparte?
No había visto tu comentario! Uf, mundos aparte hay tantos...incluso yo a veces me parezco a mi misma, más que un mundo aparte, un planeta de otra galaxia. Me tendré que pillar un gpssssssssssssss
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