
Ha salido en todas partes: el líder de la comunidad internacional católica, Joseph Ratzinger alias Benedicto XVI , se quedó tan ancho bajo la sotana tras visitar África y desaconsejar el uso de los preservativos. El tipo tuvo las agallas de proclamar, en Camerún y Angola, donde el 7 y el 4% de la población tiene el virus del SIDA, (un 22,5 millones de subsaharianos padecen la enfermedad, es decir el 68% del total, según la OMS), que el virus VIH no sólo no se puede evitar con los preservativos si no que aumenta el problema. «La única vía eficaz para luchar contra la epidemia es la humanización de la sexualidad», dijo. ¿Mande?, ¿lo cualo? En fin. Me alegra que a raíz de tan penoso episodio papal, uno más de los muchos que acumulan los hombres que ostentan tamaño cargo, la revista de referencia en el mundo de la medicina, The Lancet, haya criticado duramente a Ratzinger, y no es la primera vez. En la editorial de hoy, 27 de marzo, se han centrado en tachar de atroces las declaraciones del susodicho y lo acusan de ir contra las evidencias científicas en lo relativo al uso de los preservativos. En otras editoriales explican que el pasado mes de junio el Papa dió una charla a los obispos de Botswana, Lesotho, Namibia, Sudáfrica y Swazilandia y les dijo que la única manera de no pillar el SIDA era siguiendo las doctrinas del Iglesia católica. El papa necesita realmente información médica de calidad y controlar a sus portavoces, dijeron entonces. Se referían al cardinal colombiano Alfonso López Trujillo, ya traspasado a la vera del Señor, que argumentó en 2006 que el virus era 450 veces más pequeño que un espermatozoide y que podía pasar a través del condón. «Que beeeeeestia», que diría Tortell Poltrona.