Me ha gustado mucho este libro de Douglas Kennedy. Narra la historia de una maestra llamada Hannah que vive en Maine, Estados Unidos, a finales de los años sesenta. Hannah, a pesar de intentar ser una mujer impecable desde un punto de vista ético y moral ve como toda su realidad se trastoca por un pequeño desliz que tuvo en el pasado. La ferocidad desatada del conservadurismo más visceral girará su vida del revés, externa e internamente. Inteligente, este escritor, de veras.
Adjunto un par de párrafos que no quiero olvidar.
«...intentaba matar el tiempo con una novela de Carol Shields que relataba la vida cotidiana de una mujer muy corriente, una vida con pocos momentos dramáticos, pero que Shields se las arreglaba para que parecieran extraordinarios. Era un tema que yo debatía a menudo con mis alumnos: que no podemos considerar nunca "ordinaria" la vida de nadie, que todas las existencias humanas son una novela con su propia narrativa irresistible. Aunque en apariencia parezca prosaica, el hecho es que cada vida individual está repleta de contradicciones y complejidades. Y por mucho que deseemos mantener las cosas simples y discretas, no podemos evitar colisionar con el conflicto. Es nuestro destino, porque el conflicto, el drama que creamos nosotros mismos, es una parte intrínseca de estar vivo. Es como la tragedia, nadie puede evitarla, por mucho que lo intente.»
«Pero ésa es la pregunta imponderable sin respuesta, ¿verdad? ¿Cuál es el maldito objetivo? Cómo envidio a las personas que tienen fe religiosa. Yo nunca he sido capaz de aceptar la existencia de Dios y de un paraíso eterno para los que lo aceptan a Él. Pero aunque piense que no es más que un cuento de hadas que se cuentan los adultos para suavizar la vacuidad de la muerte, sería maravilloso proclamar: ¡Sí, esto tiene un objetivo! Sí, pasaré el restod e la eternidad con alguien a quien amo... Pero ¿también tropezarás con los que no amas, los que te han fastidiado en la vida temporal, aunque se autodenominen cristianos? Está claro que nunca seré creyente: no se puede ser más sarcástico con el Dulce Más Allá.»
«"No me va ser feliz".Mientras contemplaba el Atlántico desde la perspectiva de una duna de arena, en Popham Beach, recordé las palabras de mi madre, y no pude evitar pensar que a mí tampoco me iba ser feliz. No es que esté insatisfecha con todo, es que nunca he sentido esa exaltación continua que esperamos que forme parte de la vida. Sí, he tenido momentos de placer, de diversión, de sentir que todo es perfecto. Pero han sido muy ocasionales; flashes episódicos en la rutina diaria que constituye la vida. Tampoco soy una pesimista que cree que ha tenido una vida desgraciada. Sin embargo, la idea de despertar entusiasmada, de batallar contra la rutina diaria, y considerar el poco tiempo que tenemos aquí como una gran aventura..."No me va ser feliz"». Hannah cavila y repasa a todos los miembros de su familia. A nadie le va ser feliz.
lunes, 24 de agosto de 2009
El segle del jazz
Al Centre de Cultura Contemporània de Barcelona hi ha actualment l'exposició «El segle del jazz», que es podrà veure fins el 18 d'octubre. És una mostra sobre el jazz en sentit ampli: música, pintura, fotografia, cinema i molt, molt de color que dona l'oportunitat, en aquest estiu taaan calorós, d'amagar-se una estona a la fresca i disfrutar de "vells amics" com Louis Amstrong, Josephine Baker, Duke Ellington, Ella Fitzerald, Mondrian, Matisse o Man Ray, entre molts d'altres.Els diumenges, a partir de les 15h, entrada gratuïta.
Plátanos
El pasado mes de julio, volando hacia la Palma, iba repasando mentalmente las singularidades de la isla que no me quería perder. Tenía cuatro días por delante y, ante todo, había que cumplir con mi objetivo principal, visitar el Gran Telescopio de Canarias, rey en la cumbre del Roque de los Muchachos, y tema central de un artículo que debía escribir. Era mi primera visita a la isla Bonita y antes de aterrizar tenía claro que, a parte del Grantecan, quería ver los rincones volcánicos más emblemáticos, como la Caldera del Taburiente o el Teneguía y parte de los senderos que recorren la isla y que muestran su parte más agreste y oculta. Pero como pasa casi siempre con los buenos viajes, además de lo que se espera, uno descubre temas nuevos en los que nunca antes habíamos reparado. A mí me paso con el plátano. Sí, ése fruto archicomún, habitual en mi dieta alimenticia desde la infancia, de apariencia tan conocida y familiar que, a priori, deja poco espacio para las sorpresas. Sin embargo, tras sumergirme en el ambiente palmeño y aprender a ver más allá de lo programado, descubrí en las plataneras un mundo desconocido digno de ser contado. Primero fue un mero impacto visual. Fuéramos donde fuéramos, las plataneras estaban presentes. Desde las cimas más altas de la isla pude apreciar que las intrincadas plantaciones de plátanos alfombraban gran parte de la isla. Aportan, nada más y nada menos, que el 75% del producto interior bruto de la isla. Alrededor de 400.000 toneladas de plátanos se producen en las islas Canarias, y La Palma es la segunda isla productora tras Tenerife. Tras la mirada desde las alturas, tuve la suerte de entrar en una frondosa platanera con el consejero de Medio Ambiente del Cabildo de La Palma, Julio Cabrera, propietario de extensos cultivos de esta fruta original del sudeste asiático. Supongo que la pasión con la que me explicó los entresijos de la agricultura platanera fueron decisivos para que el tema me impactara. Él es un guía estupendo, sin duda. El cultivo del plátano es todo un arte y requiere cuidados meticulosos. Las plataneras, me contó, constituyen unidades familiares, generan hijos y nietos a los que hay que tratar con esmero y sólo manos expertas pueden asegurar una buena cosecha. El problema actual de este cultivo tan arraigado viene de lejos. Las plataneras de América central producen frutos mucho más económicos. La mano de obra es más barata y el sistema de gestión, más salvaje. Mientras que aquí sulfatan a mano y el fruto es arrancado poco antes de su punto culminante de maduración, en las Américas, donde los españoles las introdujeron durante la colonización, sulfatan a grosso modo desde avionetas y un mes y medio antes de que el plátano esté en su punto, ya es desgajado y conservado en cámaras frigoríficas, listo para viajar al primer mundo. El último día de nuestro viaje, nos detuvimos un rato en el mercadillo de Mazo. Bebiendo un zumo de caña de azúcar y comiendo un plátano, me percaté de lo ignorantes que somos con lo que nos rodea. Es algo que ya sabía, desde luego, pero que no me deja de sorprender. (Por cierto, el ron palmeño, genial).
martes, 18 de agosto de 2009
La escuela de la adversidad
Hace un calor tremendo, semejante a una losa invisible que, sostenida sobre nuestras cabezas, nos obliga a andar con máxima parsimonia.
Es pleno mes de agosto, el mes número ocho de este año que, para muchos, ha sido muy duro de pelar. He visto personas cercanas pasándolo realmente mal, apretadas por un cúmulo de circunstancias de infortunio. Digamos que he visto un número estadísticamente superior a la media, lo que me ha hecho pensar en las reacciones personales ante la adversidad.
Según leo en un artículo, en el campo de la ingeniería de materiales la palabra resiliencia hace referencia al fenómeno según el cual los cuerpos recuperan su forma inicial después de haber sido sometidos a una presión que los deforma. El término ha sido aplicado en el campo de la psicología para definir la capacidad de algunas personas para superar situaciones de alto grado de adversidad, e incluso salir fortalecidas de ellas. Es una aptitud admirable que por suerte un gran número de personas intuye y pone en práctica. Muchas otras, por razones que se me escapan, no sólo están a cien pueblos de su significado, si no que pasan el tiempo torpedeando a sus semejantes con su actitud negativa, lo que a mi me provoca una reacción en cadena, que empieza por cierto sentimiento solidario, sigue con una sensación de desasosiego y acaba con un rechazo absoluto y total.
Hace tiempo que me esfuerzo en localizar en este mundo a personas resilientes y, debo confesar que hay más de las que me imaginaba. Muchas de ellas son discretas, no llaman la atención, pero ahí están sosteniendo una proyección de futuro. A los que se quedan instalados in eternum en el lado sombrío y agorero...que les den.
Es pleno mes de agosto, el mes número ocho de este año que, para muchos, ha sido muy duro de pelar. He visto personas cercanas pasándolo realmente mal, apretadas por un cúmulo de circunstancias de infortunio. Digamos que he visto un número estadísticamente superior a la media, lo que me ha hecho pensar en las reacciones personales ante la adversidad.
Según leo en un artículo, en el campo de la ingeniería de materiales la palabra resiliencia hace referencia al fenómeno según el cual los cuerpos recuperan su forma inicial después de haber sido sometidos a una presión que los deforma. El término ha sido aplicado en el campo de la psicología para definir la capacidad de algunas personas para superar situaciones de alto grado de adversidad, e incluso salir fortalecidas de ellas. Es una aptitud admirable que por suerte un gran número de personas intuye y pone en práctica. Muchas otras, por razones que se me escapan, no sólo están a cien pueblos de su significado, si no que pasan el tiempo torpedeando a sus semejantes con su actitud negativa, lo que a mi me provoca una reacción en cadena, que empieza por cierto sentimiento solidario, sigue con una sensación de desasosiego y acaba con un rechazo absoluto y total.
Hace tiempo que me esfuerzo en localizar en este mundo a personas resilientes y, debo confesar que hay más de las que me imaginaba. Muchas de ellas son discretas, no llaman la atención, pero ahí están sosteniendo una proyección de futuro. A los que se quedan instalados in eternum en el lado sombrío y agorero...que les den.
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