Hace un calor tremendo, semejante a una losa invisible que, sostenida sobre nuestras cabezas, nos obliga a andar con máxima parsimonia.
Es pleno mes de agosto, el mes número ocho de este año que, para muchos, ha sido muy duro de pelar. He visto personas cercanas pasándolo realmente mal, apretadas por un cúmulo de circunstancias de infortunio. Digamos que he visto un número estadísticamente superior a la media, lo que me ha hecho pensar en las reacciones personales ante la adversidad.
Según leo en un artículo, en el campo de la ingeniería de materiales la palabra resiliencia hace referencia al fenómeno según el cual los cuerpos recuperan su forma inicial después de haber sido sometidos a una presión que los deforma. El término ha sido aplicado en el campo de la psicología para definir la capacidad de algunas personas para superar situaciones de alto grado de adversidad, e incluso salir fortalecidas de ellas. Es una aptitud admirable que por suerte un gran número de personas intuye y pone en práctica. Muchas otras, por razones que se me escapan, no sólo están a cien pueblos de su significado, si no que pasan el tiempo torpedeando a sus semejantes con su actitud negativa, lo que a mi me provoca una reacción en cadena, que empieza por cierto sentimiento solidario, sigue con una sensación de desasosiego y acaba con un rechazo absoluto y total.
Hace tiempo que me esfuerzo en localizar en este mundo a personas resilientes y, debo confesar que hay más de las que me imaginaba. Muchas de ellas son discretas, no llaman la atención, pero ahí están sosteniendo una proyección de futuro. A los que se quedan instalados in eternum en el lado sombrío y agorero...que les den.
martes, 18 de agosto de 2009
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