lunes, 21 de septiembre de 2009
Alucinando por un tubo
Cuando el viento solar, repleto de partículas cargadas, colisiona con la atmósfera terrestre inducido por el campo magnético, se forman las fabulosas auroras, boreales o australes, según en el hemisferio en que se generen. En el momento en que los protones y electrones procedentes del sol chocan con los átomos y moléculas de nitrógeno y oxígeno de la atmósfera, se da un incremento enorme de energía. Luego, al liberarse la sobrecarga, se originan esas luces fantásticas que vienen siendo observadas por científicos de todos los tiempos. Se ven sólo en los meses cercanos a los equinoccios porque es cuando las tormentas geomagnéticas son más frecuentes. El telescopio Hubble, cuando estaba en buena forma, logró captar también auroras en planetas como Júpiter y Saturno, dotados también de un potente campo magnético. La explicación fue planteada tras siglos de observación, hipótesis y teorías. Nunca fue fácil dar en el clavo a la primera. Este fin de semana, paseando por Ginebra, visité el Museo de la Historia de las Ciencias, un precioso edificio orientado hacia el lago Leman que alberga una interesante colección de instrumentos científicos algunos de los cuales cuentan con más de seis siglos de antigüedad. Me llamó la atención el simulador de auroras boreales que Auguste de la Rive presentó en el Observatorio de París en 1863. Combinando electricidad y magnetismo, logró reproducir el efecto luminoso en su máquina reproductora de auroras, de las que sólo existen tres ejemplares en todo el mundo. No atinó todavía a descifrar que el origen de las partículas eléctricas procedía del sol, pero por lo demás recreó a la perfección el fenómeno en su invento. Además del artefacto de de la Rive, hay muchos otros bártulos que vale la pena observar. Creaciones a mis ojos alucinantes que hombres fascinados por el conocimiento construyeron para iluminar el camino infinito hacia el saber científico.
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