Paso unos días en Barcelona, y me quedo a dormir cerca de la Sagrada Familia, un barrio en el que viví hace años y que frecuento con regularidad. Veo el archifamoso templo de Gaudí desde la ventana, rodeado de gigantescas grúas y andamios, la misma estampa que observaba cuando era vecina de este distrito de l'Eixample Dreta, hace más de quince años. A mí, sinceramente, nunca me ha gustado la Sagrada Familia. Pero no sé si es porque la encuentro tétrica y triste o porque el ambiente que se ha generado a su alrededor es un auténtico coñazo. Pasear por los aledaños de una de las iglesias monumentales más visitadas del mundo es un suplicio. Con todos los rebaños de turistas detenidos a todas horas frente a las torres sacando fotos, los chiringuitos de souvenirs y la troupe de mujeres del este que han hecho de la mendicidad su forma de vida, me entran ganas de esquivar cómo sea el monumento, pero es imposible cuando se intenta salir de la boca del metro. Llego a casa, anhelando un poquito de tranquilidad, y al cabo de unos minutos suena el carrillón electrónico que me deleita, un montón de veces al día, con las notas del Rosa d'Abril, La Moreneta, Rossinyol que vas a França o El ball de la Civada. Qué guay.
Sin embargo, desde que sé que Batman ha llegado a Barcelona, tengo esperanzas de que este sinvivir llegue pronto a su fin. Por lo que cuentan, el Hombre Murciélago anda instalado en una de las torres del templo expiatorio, sin duda preparando un plan de ataque para los que pensamos que sólo un superhéroe podrá resolver esta situación. Por favor, Batman, haz algo: Llévate a toda esta peña de aquí, y ya de paso, al carrillón y a Subirachs, si no es pedir demasiado.¡Sí, tu puedes!
sábado, 26 de septiembre de 2009
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