La osa Havla , que es nada más y nada menos que ahijada de la primera dama francesa, Carla Bruni, está dando mucho que hablar desde que hace unos días un cazador, durante una batida de jabalí, se tropezó con ella y recibió un par de zarpazos que requirieron algunos puntos de sutura, en circunstancias que no han sido del todo aclaradas. Inmediatamente, el síndic de la Vall d’Aran, el Sr Paco Boya, tomó partido por el colectivo de cazadores. Desde entonces, ambos claman por la retirada de estos animales, a los que achaca peligro potencial para las personas: a día de hoy, se limita a un sólo percance desde que los osos fueron objeto de un plan de reintroducción en el Pirineo, 10 años atrás. Havla habita en la parte central de los Pirineos, que abarca entre 5.000 y 6.000 kilómetros cuadrados desde el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido y la localidad francesa de Tarbes hasta Andorra, con una decena de plantígrados más. ¿Qué peligros pueden acarrear tan pocos ejemplares en tan basto y abrupto territorio? Los informes de seguimiento indican que no representan peligro alguno y es más, casi nadie ha tenido nunca la ocasión de verlos. Sólo los cazadores, que campan a sus anchas por donde les da la gana, escopeta en mano. Ellos han sido los responsables de las muertes de los osos Melba, Papillón, Canelle y Franska, y recientemente hirieron al oso Balou.
He leído varios artículos en los que se comenta que los "fans" del oso son gente de ciudad, pixapins alejados del día a día del territorio aranés. Yo, que según estas premisas debo ser catalogada como neorural, viví cinco años en una masía situada en la comarca gerundense del Pla de l’Estany, aislada en pleno campo y tuve ocasión de conocer mejor a un colectivo que, hasta entonces, sólo despertaba en mí un alto grado de desconfianza. Debo decir, en honor a la verdad, que inicié mi relación directa con ellos tratando, en ese sentido, de integrarme en el ambiente rural, de hacer lo que podríamos llamar una inmersión ambiental. Pero la verdad es que, tras un par de percances y unas cuantas discusiones, desistí.
Cuando se abre la veda, los cazadores salen con el instinto predador a tope, las hormonas se alteran en ciertos individuos cuando van armados. El caso es que un par de veces cayeron perdigones en los aledaños de mi casa, concretamente encima del techo del coche, y lo cierto es que me cabreé muchísimo porque mis dos hijos pequeños andaban por ahí fuera. En otra ocasión les vi apuntar contra un ratonero y salí hacia ellos para increparles por atentar contra una rapaz protegida. Otro día tuve una discusión con otro cazador que se había acercado a la masía a saludar. El susodicho ratonero sobrevolaba a su aire y él lo maldijo y aseguró que en cuanto pudiera, le pegaría un tiro, porque le atacaban las gallinas. Le recordé que eso está prohibido y el me replicó que le daba igual. Le dije que lo hiciera lejos de mi casa y fuera del alcance de mi vista porque si le veía llamaría le denunciaría con gusto, con lo que apunté a mi lista otra incipiente amistad truncada.
Durante todos los meses en que la veda está abierta, y en especial durante los fines de semana, es conveniente pasear por el campo cantando porque los cazadores, camuflados entre los arbustos, al oir cualquier ruido alzan la escopeta, lo que implica un riesgo. No es broma: en España cada año mueren unos 24 cazadores por disparos ajenos. Aunque mi experiencia con ellos no ha sido buena, hay que decir que no todos son iguales, por supuesto, y que hacen tareas útiles, como controlar la población de jabalíes, limpiar el bosque y mantener en buenas condiciones los caminos rurales. Como siempre, en todos los colectivos, los cazurros son los que más se hacen ver. Sea como sea, los cazadores son una minoría, y no son los dueños del territorio, por muy brutos que se pongan y mucho poder de movilización que tengan.
En Cantabria, hay aproximadamente 130 osos en un territorio de unos 4.800 km2 y en gran parte gracias a la intensa labor de la Fundación Oso Pardo o FAPAS, entre otros, la población en general está contenta con ellos y los utilizan como reclamo para un turismo que se emociona por estar en Tierra de Osos. La mayoría de los oriundos no lo han visto jamás. Yo sí tuve la suerte de verlos mientras hacíamos un reportaje para la revista y fue realmente fantástico. No hace falta, creo, explicar el subidón que se siente al ver en libertad a un animal salvaje. ¿O es que a alguien le extraña el éxito de los safaris en África? El oso ha formado parte desde siempre de nuestro territorio, y eso por sí mismo es una razón para velar por su permanencia. Los posibles percances que puede acarrear su presencia, como los daños a las ovejas ao a las colmenas, son nimios en comparación con las ventajas y tienen fácil solución: pagos compensatorios puntuales. Señor síndic, cuando empiece a fallarle el turismo de esquí, que le fallará, bien le vendrán unos cuantos osos para que los de la ciudad vengan a ver los bichos. Porque no olvide que somos los no autóctonos, que venimos al extraordinario territorio que usted administra a pasar las vacaciones, el motor de la economía aranesa. Ustedes viven del turismo, constituido en su mayor parte por los que sí queremos osos en el territorio. O si no vea las encuestas: más del 70% de encuestados a lado y lado del Pirineo está a favor de ello:
http://www.infoecologia.com/ultimo/2006/mayo20065/plantigrados_oso200605020401.htm
http://www.lavanguardia.es/lv24h/20081027/53566847157.html
lunes, 3 de noviembre de 2008
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