Hace relativamente poco que entré en la web conocida como Facebook. Al principio, como casi todos, acepté una invitación para ir a no sabía exactamente dónde y una vez dentro, no entendí bien para que servía. La primera utilidad que descubrí fue la posibilidad de contactar con gente con las que me relacionaba en épocas pasadas y de las que había perdido la pista. La segunda, la de comunicarse con todo el círculo de amigos a la vez, aunque lo cierto es que raramente siento esa necesidad.
Facebook se ha convertido en un fenómeno de masas y en la city de Londres, según me cuenta una amiga inglesa, los cibercafés no permiten que la gente se conecte más de media hora. Es interesante comprobar que aquí hay gente de todo tipo y de todas las edades y que es útil para organizar círculos de amigos con los que compartir distintos tipos de información. Causa furor también entre los políticos, fue divertido leer en la editorial de La Vanguardia del pasado domingo 2 de noviembre que unos diputados de CIU fueron amonestados en el Parlament por estar chafardeando en su red social en lugar de estar atentos al debate sobre la Oficina Antifraude.
Una de las primeras cosas que me inquietaron, sin saber muy bien porqué, fue darme cuenta de que el grupo de amigos, a la tonto, puede crecer hasta el infinito y más allá. Sinceramente no sé si quiero estar asociada en la red con tropecientas personas, la mayoría de las cuales no pasan de ser meros conocidos. De algunos, incluso, no he sabido nada en los últimos veinte años, así que no tengo ni idea de quién son. Ignorar una solicitud de amistad, creo, puede llegar a ser una buena decisión. Porque, como todo en la vida, Facebook también tiene dos caras. Una –la buena– es evidente. Contactar con gente puede ser en principio favorable y productivo, a nivel social y profesional. Sin embargo, muchas son las voces que empiezan a alertar de que nuestro perfil puede ser visitado con otros fines. Por ejemplo, para echar un vistazo al círculo de amigos de un candidato a un puesto de trabajo, o para vendernos algo. Si el perfil personal que hemos introducido es exhaustivo, El Gran Hermano podrá saber dónde trabajamos, a qué nos dedicamos, qué tipo de lectura consumimos, que películas nos gustan e incluso ver las caras de nuestros familiares y amigos, a los que quizá hemos colgado en la red, seguramente sin su consentimiento. Ese es otro problema que espero será regulado en un futuro próximo. Yo personalmente, no quiero que nadie cuelgue fotos mías ni en Facebook ni en ningún sitio. Y no es que tema que me pase algo parecido a lo de Bono. Las fotos del líder de U2 tonteando con dos adolescentes ataviadas con sendos biquinis XXS en el barco de The Edge en Saint Tropez han sido exhibidas por las susodichas en este sitio web, con el consecuente marrón para el cantante. No es que lo tema, aunque nunca se sabe. Pero algo tengo claro: puestos a imaginar, «mi» escena sería muy distinta.
Facebook se ha convertido en un fenómeno de masas y en la city de Londres, según me cuenta una amiga inglesa, los cibercafés no permiten que la gente se conecte más de media hora. Es interesante comprobar que aquí hay gente de todo tipo y de todas las edades y que es útil para organizar círculos de amigos con los que compartir distintos tipos de información. Causa furor también entre los políticos, fue divertido leer en la editorial de La Vanguardia del pasado domingo 2 de noviembre que unos diputados de CIU fueron amonestados en el Parlament por estar chafardeando en su red social en lugar de estar atentos al debate sobre la Oficina Antifraude.
Una de las primeras cosas que me inquietaron, sin saber muy bien porqué, fue darme cuenta de que el grupo de amigos, a la tonto, puede crecer hasta el infinito y más allá. Sinceramente no sé si quiero estar asociada en la red con tropecientas personas, la mayoría de las cuales no pasan de ser meros conocidos. De algunos, incluso, no he sabido nada en los últimos veinte años, así que no tengo ni idea de quién son. Ignorar una solicitud de amistad, creo, puede llegar a ser una buena decisión. Porque, como todo en la vida, Facebook también tiene dos caras. Una –la buena– es evidente. Contactar con gente puede ser en principio favorable y productivo, a nivel social y profesional. Sin embargo, muchas son las voces que empiezan a alertar de que nuestro perfil puede ser visitado con otros fines. Por ejemplo, para echar un vistazo al círculo de amigos de un candidato a un puesto de trabajo, o para vendernos algo. Si el perfil personal que hemos introducido es exhaustivo, El Gran Hermano podrá saber dónde trabajamos, a qué nos dedicamos, qué tipo de lectura consumimos, que películas nos gustan e incluso ver las caras de nuestros familiares y amigos, a los que quizá hemos colgado en la red, seguramente sin su consentimiento. Ese es otro problema que espero será regulado en un futuro próximo. Yo personalmente, no quiero que nadie cuelgue fotos mías ni en Facebook ni en ningún sitio. Y no es que tema que me pase algo parecido a lo de Bono. Las fotos del líder de U2 tonteando con dos adolescentes ataviadas con sendos biquinis XXS en el barco de The Edge en Saint Tropez han sido exhibidas por las susodichas en este sitio web, con el consecuente marrón para el cantante. No es que lo tema, aunque nunca se sabe. Pero algo tengo claro: puestos a imaginar, «mi» escena sería muy distinta.
2 comentarios:
Creo que conozco a tu amiga "Inglesa" ;-)
Estoy de acuerdo con lo que comentas de facebook...
CONGRATULATIONS con el Blog! xxx
tens tota la raó! potser és que l'ésser humà s'està tornant una mica exhibicionista i ja no importa què s'ensenya o es publica d'un mateix, potser és que se sent poca cosa i necessita alguna mena de compensació?
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